PALABRAS SABIAS SOBRE LA EDUCACIÓN
Mari Carmen Díez Navarro es psicopedagoga y maestra especialista en Educación infantil. Hasta que se jubiló, ejercía de maestra y coordinadora pedagógica en la Escuela Infantil Aire Libre de Alicante. Es autora de varios libros sobre Educación Infantil, entre los que podemos destacar “La oreja verde la escuela”, “Proyectando otra escuela”, “El piso de abajo de la escuela” y “10 ideas clave. La educación infantil”.
Mari Carmen es una de esas Maestras con mayúsculas que llegan tanto a niños como a adultos, una de esas Maestras que todos deberíamos tener. En su web podréis conocerla un poco más: http://www.carmendiez.com/
Este es un extracto de sus opiniones volcadas en la entrevista realizada por Noemí López y publicada íntegramente en Trasteando (en) la escuela.
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El niño en sus más tempranas edades aprende mirando, tocando, oliendo, escuchando, probando, imitando, repitiendo, recreando. Moviéndose, corriendo, actuando. Observando, haciendo hipótesis, comprobándolas una y mil veces. Acercándose a la Naturaleza. Buscando sentido y significado a las cosas. Interesándose por su cuerpo, su sexo, su nombre, su origen… Y el de los otros. Expresándose desde adentro con imaginación y libertad. Buscando placer en juegos, las historias, los inventos. Probando a hacer las cosas por sí mismo. Acercándose a los demás. Aprendiendo a entender y dar nombre a lo que siente. Acercándose al mundo de las palabras, desde los cuentos, poemas y teatros, hasta el aprendizaje de la lectura y la escritura.
En la escuela infantil, pues, habremos de elaborar propuestas didácticas que se adecúen a los niños, de tal modo que no se les presione a un aprendizaje veloz y sin sentido, sino que se les ofrezca ir aprehendiendo de la realidad las cosas que vayan despertando su curiosidad natural y a las que pueda otorgar significado, engarzándolas en otros aprendizajes. Por lo tanto tenemos que pensar en estas formas de aprendizaje que son propias al niño y desde ahí organizar el día a día en la escuela, porque, según cómo se conciban y articulen estas estrategias didácticas, saldrá uno u otro tejido, una u otra manera de vivir la tarea educativa.
A mí últimamente me preocupan las adicciones excesivas a las pantallas, el dejar a un lado el juego, la dificultad de los adultos en poner normas claras a los niños, y las prisas locas de hoy. En este tiempo uniformemente acelerado en el que estamos inmersos, padres, niños, maestros y tantos más, nos sentimos a veces con demasiadas tareas por delante, sin momentos para reflexionar, con poca calma y bastantes soledades. Y nos vemos atrapados, casi sin darnos cuenta, en este remolino del “no-tiempo”, mientras los niños se van haciendo mayores ante nuestros ojos excesivamente cortos de vista.
Creo que los niños han de tener tiempo para jugar, para dibujar, para ver un rato la televisión o para no hacer nada, después de todo un día de horarios fijados, encuentros con otros, clases normales y clases extraescolares. Tienen tantos frentes abiertos que no les queda tiempo para estar consigo mismos, para gustar de la tranquilidad, para soñar… Para mi serían deberes suficientes el leer o escribir alguna cosa. Recuerdo un documental de un maestro japonés, Toshiro Kanamori, (que recomiendo fervientemente), en el que los alumnos escribían diariamente una carta dirigida a la clase contando algo. Ahí narraban aventuras, expresaban sentimientos, se daban a conocer a los demás… Una de las cartas se leía en voz alta cada día.
Recuerdo que en una ocasión mis alumnos de 5 años me pidieron “deberes” para hacerlos como hacían sus hermanos, y les propuse que eligieran entre estas tareas: dibujar lo que veían por su ventana, pintar los sueños que tenían, escribir palabras de su gusto, inventar un cuento, contar cuántos tenedores, cucharas y cuchillos había en su casa. Deberes caseritos, hermosos, útiles. Deberes que respondían a su deseo de ser mayores. Deberes que no angustian, que divierten, que no se viven como algo indispensable.
Su entrevista finaliza con estas hermosas palabras:
“Hace unos años empecé a aprender copiándome de los propios niños, que eran los que me mostraban lo que necesitaban y lo que preferían. Observando sus juegos aprendí a respetar y dar tiempo al juego libre. Escuchando sus conversaciones, aprendí a dar paso a sus palabras. Viéndoles entrar en relación, aprendí a trabajar en grupo en el aula. Mirándolos moverse y adorar su cuerpo, aprendí a ofrecer un lugar privilegiado a todos los momentos que lo incluyen en la escuela. Contemplando sus tanteos hacia el conocerse y el quererse, o no quererse, aprendí a no ignorar el mundo sentimental que aflora en las primeras edades. Este regalo que los niños me han hecho ha sido algo muy importante para mi tanto en lo profesional, como en lo personal. Pero hay otra cosa también de gran valor que he tomado prestada de ellos. Me refiero a las ganas de vivir, de curiosear, de tocarlo y probarlo todo. A ese palpar la cotidianidad con energía, con placer, con esperanza. A esa alegría inacabable que ellos gastan y derrochan”